En lo
que llevamos de civilización, se han sucedido y desarrollado dos grandes
revoluciones industriales, donde el progreso vino de la mano de la ciencia y la
tecnología, y la economía se adaptó y moldeó a esos grandes cambios.
La
Primera Revolución Industrial surgió a mediados del siglo XVIII con la mecanización
de la industria textil y posteriormente el descubrimiento de la máquina de
vapor y el desarrollo de los ferrocarriles. Un nuevo modelo productivo basado
principalmente en el carbón como fuente de energía y en el hierro como material
predilecto.
La
Segunda Revolución Industrial surgió a mediados del siglo XIX con el desarrollo
de nuevas industrias, como la industria química, eléctrica y automovilística,
que permitieron desarrollar el motor de combustión interna, el aeroplano, el automóvil,
la refrigeración mecánica, el teléfono, la radio, etc. Un nuevo modelo
productivo que trajo la manufactura y el desarrollo de nuevas formas de energía
como el petróleo y el gas, y nuevos materiales como el acero, el aluminio, el alquitrán,
etc.
A lo
largo del siglo XX se desarrollaron en este marco productivo la biotecnología, la
industria agroquímica, las telecomunicaciones (con internet, la fibra óptica y
los satélites), y una nueva forma de energía, la nuclear, inauguró la era del
uranio, las centrales nucleares y la bomba atómica.
Desde
esta perspectiva de avance incansable, podemos concluir que el ser humano busca
siempre adquirir nuevos conocimientos, desarrollar nuevos instrumentos y
alcanzar nuevas metas. A cada conquista de la ciencia y la tecnología, se
sucede otra aun más amplia y elevada.
En
vista de lo que ha comportado para el mundo el desarrollo moderno de la Segunda
Revolución Industrial, se prevé, para el siglo XXI, el surgimiento de una
Tercera Revolución Industrial. Una revolución basada en las energías renovables,
las redes inteligentes (Smart Grids) y las impresoras 3D.
No
obstante, el cambio no acaba de materializarse pese a que la ciencia y la tecnología
ya están preparadas para ello.
Los
mercados de la energía eléctrica, el petróleo, el gas, el automóvil fósil,
etc., están fuertemente controlados por grandes corporaciones transnacionales.
La posición monopolista que han alcanzado estos oligopolios, así como su connivencia
con el poder político (lo que comúnmente se llama corrupción política), resulta
ser un gran obstáculo para que la humanidad pueda desarrollar una Tercera Revolución
Industrial.
Los
intereses económicos de esta élite que ha alcanzado la cima del desarrollo de
la Segunda Revolución Industrial, lógicamente son los de mantener su situación
monopolista antes que apostar por un nuevo modelo energético. Al menos, mientras aun quede petróleo y gas en el mundo. Es por este motivo
que no se está intentando frenar, desde la gran industria, el Calentamiento
Global provocado por la misma.
El
Cambio Climático esta derritiendo los casquetes polares, permitiendo a la gran
industria abrir nuevas rutas comerciales y la explotación de nuevos yacimientos
de petróleo y gas ubicados bajo el suelo del fondo marino. Pero mientras no sea rentable
su extracción, por los elevados costes, la gran industria proseguirá con el desarrollo
de nuevas formas de obtener tales energías y de ralentizar el inicio de la
Tercera Revolución Industrial. De ahí que el Fracking o gas de esquisto, sea la
nueva apuesta de la industria del gas, aunque por ello se contaminen los acuíferos.
No
obstante, el cambio hacia la Tercera Revolución Industrial ya se ha empezado a
producir, puesto que, siendo los recursos energéticos actuales, limitados, y
por tanto escasos, la tendencia creciente de la población mundial y el
desarrollo de China apuntan a su encarecimiento, con las consiguientes tensiones
y guerras asociadas a su posesión y control. De ahí el desarrollo de coches híbridos,
centrales de ciclo combinado, energías renovables, etc.
Pero
aun no podemos hablar de un verdadero cambio, de una verdadera revolución. La
Tercera Revolución Industrial se iniciará con el abandono del gas y el petróleo
para la producción de energía eléctrica a escala mundial, con el desarrollo de
las energías renovables, las redes inteligentes, el paso de la manufactura a las
impresoras 3D domésticas, etc.
Esta es
la revolución que vendrá a equilibrar el mundo, a reducir la contaminación y el
cáncer que de ella se deriva, a reducir la dependencia económica entre países,
a redistribuir la energía eléctrica, a favorecer el autoconsumo responsable, la
producción de bienes a nivel doméstico mediante las impresoras 3D, etc. En definitiva,
a posibilitar un cambio de ciclo: el fin de la crisis económica y el
relanzamiento de la economía a escala mundial. Y los bancos tienen que contribuir
canalizando la inversión productiva hacia estos nuevos sectores del futuro. Sin
ellos, sin inversión productiva, no hay futuro sostenible y seguiríamos
entonces sumidos en guerras innecesarias, ambientes contaminantes, la destrucción
incesante de la naturaleza, etc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario